Como es
usual en la narrativa de Roberto Arlt, esta novela exhibe una pasarela de
personajes marginales, raros, outsiders o
fìsicamente deformes (el rengo del último capítulo, el homosexual del tercer
capítulo, el jorobadito de su libro de cuentos). El capítulo se abre con un
nombre, Judas Iscariote, el apóstol traidor que según los textos canónicos
revela al Consejo de Sabios del antiguo Israel el sitio donde podrían capturar
a Jesús. Este paratexto anticipa el rol que ocupará Silvio Drodman Astier,
corredor de papel a comisión, al final de la novela: delatar al rengo, un
delincuente que había confiado en él para materializar el robo al ingeniero
Arsenio Vitri.
Con este
acto, Astier desciende al último peldaño de la infamia, de la canallada, pues
los motivos para delatarlo no se fundan en el respeto a la ley –que ya había
infringido muchas veces, antes– sino en destruir a una persona más débil que él
mismo, por no poder desviar su furia de “juguete rabioso” a otro ser de más
poder (los “burgueses” a los que en algunas oportunidades se refiere con
desprecio). Silvio se propone “destruir la vida del hombre más noble que
conozco” (142) y no se considera un perverso, sino “un curioso de esta fuerza
enorme que está en mí” (152). ¿A qué fuerza alude Astier? Más que referirse a
un “mal intrínseco” a la naturaleza humana (en el sentido hobbesiano) considero
que se refiere al “mal social”. Astier es un juguete manipulado por los hilos
de una sociedad que lo margina. En el tercer capítulo, tras su experiencia de
aprendiz frustrado para mecánico de
aviación en la Escuela Militar ,
el coronel le ofrece el siguiente motivo de expulsión: “Vea, amigo, el capitán
Márquez me habló de usted. Aquí no necesitamos personas inteligentes, sino
brutos para el trabajo” (97). En una sociedad regida por el dedazo y el
clientelismo, donde los puestos de trabajo se ocupan según los contactos del
postulante con los superiores, donde la inteligencia no se considera un valor, donde,
en el sentido marxista, el individuo sólo cuenta con su “fuerza de trabajo”
pero aun así quienes detentan el poder (económico, jerárquico) no pierden
oportunidad de explotar esta fuerza, el outsider
hará lo posible para conspirar contra ese sistema. Así se entiende –aunque no
se justifique– que de niño, junto con sus amigos Lucio y Enrique, Silvio fuera un
“ladrón de escuela”, que incendie la librería de Don Gaetano donde trabajaba
como dependiente, mal pagado y viviendo en un “cuchitril” o que delate a su
compañero cuando ya todo sentido de solidaridad o unión con otro ser humano se
encuentra disuelto.
El juguete rabioso es una suerte de picaresca
urbana donde Astier, “mozo de varios amos”, termina traicionando a sus patrones
y huyendo para cumplir el principio de Lucio, “la struggle for life” (118-120) la lucha por la vida a costa de
destruir a los otros para hacerse un sitio en la sociedad. Además, esta novela muestra
el fracaso de los sueños de ascenso. Al igual que los oficinistas en la obra
teatral “La isla desierta” sueñan unas vacaciones paradisíacas que nunca se
concretan, Silvio Astier había soñado ser un bandido grande como Rocambole (personaje
de folletín, creado por el francés Victor-Alexis Ponson du Terrail) y un poeta
genial como Baudelaire. También soñaba poder ofrecer un buen pasar a su madre y
a su hermana Lila (aquí Silvio Astier fracasa en su rol de proveedor familiar
al igual que Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis kafkiana).
Por otra
parte, la obra de Roberto Arlt presenta afinidades temáticas con la vanguardia
conocida como Grupo de Boedo, especialmente
con el estilo de sus integrantes Elías Castelnuovo y Nicolás Olivari. No
obstante, a nivel personal sí mantuvo vínculos con los escritores del Grupo de Florida. Por ejemplo, la
revista Proa tenía interés en publicar
El juguete rabioso, pero por motivos
económicos finalmente no pudo solventar la edición.
Por
último, es necesario destacar que esta novela resulta un documento valioso que
atestiguar el habla de la época, “la expresión inmigrante”, los dialectos
surgidos al contacto con las nuevas oleadas humanas: el vesre, lunfardo, cocoliche,
la fonética del andaluz, entre otros. ¨
Marisa
Martínez Pérsico
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